Por Fernando Sánchez Sorondo
Para LA GACETA - BUENOS AIRES
-¿Cómo nació tu vocación literaria y, no sé si paralelamente, tu interés por las matemáticas?
- La literatura era omnipresente en mi casa: mi papá era escritor, muy prolífico y dedicado. Mi mamá estudiaba la carrera de Letras, tenían entre los dos una biblioteca muy grande y diversa, a la que se sumaban los libros de política, diarios, revistas de cultura, colecciones de libros para chicos que compraban para los cuatro hermanos, las visitas a la Biblioteca Rivadavia, que tenía una sala infantil prodigiosa. Y todavía los cuentos que escribía para nosotros mi papá. Además, mi papá nos alentaba a que escribiéramos, hacía “concursos de cuentos” los domingos, todos mis hermanos tuvieron una relación perdurable con la escritura o la lectura. Lo de la matemática fue casi un accidente en mi vida (finalmente afortunado). Había empezado la carrera de ingeniería, porque el mandato era hacer una carrera para “ganarse la vida” (muchas veces una forma triste de perderla) y en las primeras materias de matemática descubrí temas y posibilidades que me interesaron, y una clase de belleza que no había percibido en la matemática que se enseñaba en el secundario. Descubrí, sobre todo, un camino indirecto a la filosofía a través de la lógica matemática, a la que finalmente me dediqué. Puedo decir que -como en los cuentos de Las mil y una noches -en que los hombres se enamoraban primero del nombre de una mujer, sin siquiera haber visto un retrato-, me sentía misteriosamente atraído por el nombre de “lógica matemática”, antes de saber muy bien de qué trataba.
-¿Qué importancia le atribuís a tu último libro Once tesis… en el conjunto de tu obra?
-Es algo así como un manifiesto razonado de mis preferencias y de los principios que tomé como criterios propios tanto en la lectura como en la escritura. Es también una decantación de muchos años de dar cursos de narrativa en la Maestría en Escritura Creativa de la Untref y en varios otros lugares, así como de mi experiencia en talleres literarios y como miembro de jurados. Digamos que reúne todo aquello sobre lo que pensé, confronté y discutí en torno a los problemas concretos de escritura que aparecen al intentar escribir un texto de ficción. El objeto de estudio no es el relato ya terminado, consumado, listo para la faena habitual de las interpretaciones, sino el texto en el estadio anterior, durante el proceso de generación, como árbol de bifurcación de posibilidades que ponemos en marcha, con todas las disyuntivas y problemas de oficio y cajita de herramientas que esto supone.
-¿Qué escritores y escritoras te influyeron más?
-A los doce o trece, las novelas policiales, sobre todo las deductivas, en la línea de Conan Doyle y Agatha Christie, pero también las de la colección El séptimo círculo, que leía mi papá, junto con algunos libros de ciencia ficción (Ray Bradbury, Theodore Sturgeon, Fredric Brown) y algo de literatura fantástica, diría que mi primera influencia para la escritura fue la Antología del cuento fantástico de Roger Callois, con cuentos de todas las regiones del mundo. Luego, tuve el descubrimiento del existencialismo, las novelas y obras de teatro de Sartre y Camus, junto con los narradores argentinos de los años 60 (Abelardo Castillo, Liliana Heker, que sería luego mi maestra de literatura, Kordon, Barletta, David Viñas, Isidoro Blaisten). Después autores como Henry James, Thomas Mann, Lawrence Durrell, Kafka, Witold Gombrowicz, Milan Kundera, de los que leí casi toda su obra. Descubrí luego a Patricia Highsmith, la única autora de policiales que todavía leo. Todos estos autores aparecen de un modo u otro tanto en mi obra, vía citas indirectas, y también en Once tesis, como ejemplos o a través de sus lecciones.
-¿Cuál es a tu juicio el propósito esencial y social de la escritura literaria?
-Una ocupación (aunque no sé si propósito) de la literatura es la exploración de la naturaleza humana en todas sus manifestaciones, complejidades y también oscuridades, que no deberían ser atenuadas o “eludidas” por los tabúes o músicas de época, y mucho menos por los criterios de los lectores “sensibles” de las nuevas generaciones de cristal. Otra, la que prefiero, es la creación de nuevos mundos que no son del todo de este mundo.
-Escribís: “toda afirmación en general sobre la escritura de ficción encontrará algún contraejemplo perfectamente legítimo en particular. Esto no excluye la posibilidad de pensar en criterios lo bastante firmes y lo bastante flexibles que puedan guiar la escritura”. ¿Podrías explicarte, ampliarnos ese concepto?
-Creo que toda tesis, tanto sobre la escritura como en cualquier campo del conocimiento, tiene un dominio de aplicación, un límite dentro del cual es parcialmente verdadera o aplicable. Los contraejemplos marcan en general la frontera de esa verdad, y también la necesidad de encontrar o refinar las razones para sostenerse en una afirmación, o “refinarla” cuanto sea preciso para atender a ese contraejemplo, o bien, por qué no, cuando se prueba equivocada, desestimarla por completo. En ese juego de confrontación con los posibles contraejemplos y las razones opuestas, se puede establecer un criterio personal basado en los principios que cada quien sostiene para sí con más firmeza o convicción o apego estético a lo largo del tiempo.
-Ya que estoy preguntándote para LA GACETA Literaria, ¿en la Feria del libro de Tucumán presentarás tu último libro o habrá referencias a tu obra en general?
-Será una presentación, más que del libro, del contenido de algunas de las discusiones y tesis que propongo.
-Has sido llevado al cine con éxito, ¿qué películas basadas en textos literarios te han interesado más?
-Aquellas en que percibo el mismo espíritu en la película que había encontrado en el libro, la fidelidad esencial en la traducción a la imagen tiene que estar en la atmósfera y en el tono. Pienso en adaptaciones como El bebé de Rosemary (Ira Levin), Los restos del día (Kashuo Ishiguro), El silencio de los inocentes (Thomas Harris), El tercer hombre (Graham Greene), El talentoso Mr. Ripley (Patricia Highsmith), La hija oscura (Elena Ferrante). Entre las adaptaciones de mis novelas la que me pareció más “fiel” en este sentido fue El hijo (Netflix), película de Sebastián Schindel basada en mi nouvelle Una madre protectora.
-¿En qué género te sentís más más cómodo?
-Diría que la novela que escribí con más placer fue La última vez, una novela sobre la escena literaria. Me gustan las novelas sobre escritores, porque permiten ciertas discusiones artísticas o filosóficas que pueden introducirse con bastante naturalidad. En realidad el género que más me gusta, aunque no sé si existe del todo como tal, es la novela más bien breve, con personajes inmersos en búsquedas intelectuales.
-¿Qué papel tienen en tus novelas las tramas policiales?
-Son una estructura que soporta bien la reflexión sobre las hipótesis y los dobleces de la naturaleza humana, el juego de confrontación de inteligencias con el lector astuto, la distinción entre lo verdadero y lo demostrable, las paradojas lógicas como la paradoja de la regla finita de Wittgenstein que aparece en Crímenes imperceptibles o la de la traducción radical debida a Quine que aparece en Los crímenes de Alicia. La puesta en escena del despliegue de conjeturas y posibilidades por parte del “detective” habilita naturalmente toda otra variedad de reflexiones sobre las conductas humanas o los límites epistemológicos de la propia investigación.
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Perfil
Guillermo Martínez nació en Bahía Blanca, en1962. Se doctoró en Ciencias Matemáticas en la UBA y realizó un posdoctorado en Oxford. En 1982 obtuvo el Premio del Fondo Nacional de las Artes con el libro de cuentos Infierno grande. A su primera novela, Acerca de Roderer, traducida a varios idiomas, la siguieron La mujer del maestro y el ensayo Borges y la matemática. Ganó el Premio Planeta en 2003 con Crímenes imperceptibles, novela de la que se vendió medio millón de ejemplares, fue traducida a 40 idiomas y llevada al cine por Álex de la Iglesia. En 2007 publicó La muerte lenta de Luciana B, elegida por El Cultural entre los diez libros de ese año. En 2015 ganó el I Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez con Una felicidad repulsiva. En 2019 ganó el premio Nadal con Los crímenes de Alicia.